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“Cualquier persona que mueve el status quo se enfrenta a mucha resistencia”

- 06/05/2021 -

Valeria Kechichian. Su historia es la de una mujer de cuarenta años que encontró en el skate una tabla de salvación para disfrutar, sanar y ayudar a los demás.

Se subió a una tabla de skate a los 28 años buscando una forma de domar una personalidad adictiva que le provocó problemas con la drogas, el alcohol y la alimentación. Pronto fue consciente de las pocas mujeres que patinaban y cuenta que pensó que era hora de dejarse ver. Junto a una amiga fundó Longboard Girls Crew, cuyos vídeos y fotografías no tardaron en hacerse virales. Hoy tienen más de 150.000 seguidores en redes y ramificaciones en más de 60 países. Pero Valeria Kechichian, argentina de origen armenio afincada en Mallorca, quería ir más allá; y en 2017 creó la ONG Longboard Women United, para ayudar a las jóvenes de comunidades más necesitadas a romper prejuicios con la ayuda del patín.

¿Cómo comienzas en el skate a una edad, supuestamente tardía, los 28 años?

Siempre me he sentido atraída por este tipo de deportes de acción. En Buenos Aires, trabajé en una tienda de skate, pero no empecé a practicar hasta los 28 años, en Madrid. Cuando decidí conscientemente dejar de vivir de manera autodestructiva y empezar la transformación personal, tuve que buscar algo positivo para reemplazar los malos hábitos, porque si no los sustituyes con otras cosas que te den emoción, no funcionará. El skate era algo que siempre había querido hacer. Empecé con la tabla, con clases de batería y con clases de baile. El baile lo dejé, pero sigo con skate y batería.

¿Te atreverías a aconsejar a la gente con adicciones que sigan el camino que tú has llevado con el skate o crees que tu caso no es extrapolable a otros?

La salud es integral, no hay nada separado, todos somos un todo. El skate es simplemente una herramienta y resultó ser la mía. Yo tomaba muchas drogas y alcohol, estaba siempre de fiesta, tenía problemas de alimentación… eso era la punta del iceberg, el problema no son las adicciones, sino qué es lo que origina esa conducta adictiva. Tenemos un montón de heridas, no sabemos trabajarlas y vivimos sin sentido. Lo que me salvó no fue solo la práctica del deporte, sino que encontré el sentido a mi vida en esta comunidad. Hasta hace muy poco era una comunidad, hoy es una ONG.

¿Qué valores transmite este deporte?

Hay unos valores muy fuertes de perseverancia, tienes que probar, probar, probar, caerte, seguir, seguir, seguir… y también una satisfacción muy especial cuando lo consigues. Además están los valores sociales; son deportes que puedes hacer sola o en grupo. Como mujer, resulta muy empoderante practicar algo que hasta ayer era solo de hombres. Simplemente con intentar algo que nunca pensamos que haríamos produce una sensación superpoderosa. Lo sentimos todas las mujeres que lo hemos probado. Pero, todo deporte tiene un estereotipo, cuando yo entré en este mundo me di cuenta de que no era tan inclusivo como decían todos, en realidad era todo lo contrario; muy exclusivo. Tienes que patinar de cierta manera para que te respeten. Y eso desalienta mucho, especialmente a mujeres que nunca se habían visto reflejadas en deportes de este tipo. O eres buenísima o te juzgan con una vara mucho más alta que a un hombre principiante. Había muchas cosas que en ese momento inconscientemente quería cambiar y creamos algo para cambiarlo.

Y es cuando nace Longboard Girls Crew.

La fundamos Jackie Madden, una venezolana y yo, argentina. Queríamos una comunidad para atraer a más mujeres al skate. Éramos cuatro chicas en Madrid, literalmente, y quizás un puñado de treinta en todo el mundo. Con los años se expandió y de forma natural se fueron creando distintas comunidades en Holanda, Argentina, India, Malasia. Y en 2017 creo una ONG, Longboard Women United, que promueve programas humanitarios enfocados en las necesidades específicas de niñas vulnerables de todo el mundo.

Supongo que no es lo mismo una niña patinando en Holanda o Argentina, que en la India.

Efectivamente, no es lo mismo patinar en España que en Malasia y tenemos que adaptarnos a cada país; me gusta esa parte antiglobalista de ajustarnos a las necesidades específicas de cada comunidad y territorio. En India y Malasia solemos trabajar con orfanatos y también con niñas que viven con sus familias. Trabajamos para cambiar los estereotipos. India es un país donde la mujer es vista como ciudadana de cuarta y dependiendo de la clase social a la que pertenezcas, hay mucha más desigualdad. Trabajamos con grupos sociales de poco poder adquisitivo que están mucho más expuestas a la desigualdad, a la violencia por parte de sus propios familiares, a la misoginia extrema…. Algunas familias ponen mucha resistencia y peleamos para que las madres o los padres dejen a las niñas venir a patinar, cosas que a ellos les descuadra la cabeza completamente. Negociar con ellos es muy complicado y algunos insultan a la Project Manager, nos odian… Las niñas pelean, pero ellas no tienen mucha voz y voto.

«Las niñas con las que trabajamos se transforman en agentes de cambio e impactan positivamente en su comunidad».

valeria kechichian

¿Y de qué manera ayuda el skate a estas niñas a luchar contra los prejuicios?

Lo primero que hicimos, igual que en España hace doce años, fue crear espacio seguro, para que sientan que pueden empezar. Ellas crearon el WoolfPack, un grupo de apoyo entre mujeres. Por el mero hecho de que los chicos las vean patinar, ya hay un empoderamiento, las niñas aumentan su autotestima y a ellos les cambia la percepción, piensan: “ah, no son tan de cuarta como nosotros pensábamos”. Tienen una monitora de skate y pasado un tiempo, son ellas las que enseñan a otras niñas de orfanatos a patinar, pero también les dan clases de arte, de lectura… ellas mismas se transforman en agentes de cambio e impactan positivamente en su comunidad. Aporta un montón de cosas muy bonitas.

¿Cómo os financiáis?

Haciendo malabares (risas). Es muy complejo, este año necesitamos 108.000 euros para desarrollar tres proyectos y parte de otros. Tenemos donaciones particulares y hasta ahora he contado mucho con la ayuda de familia y amigos, que creen en lo que hago, pero ya estamos trabajando con marcas, pidiendo fondos públicos, etc. Todo el mundo dona su tiempo y energía, pero este año queremos profesionalizarnos y que todo el mundo cobre.

Volvemos a España hace once años, a 2010, ¿cómo os veían los chicos?

El objetivo de montar la asociación fue cambiar la representación y animar a más mujeres a sentirse identificadas. En un principio patinábamos todos juntos, pero empezamos a quedar solo las chicas y los chicos nos apoyaban. Hasta que empezamos a tener mucho éxito, mucha visibilidad, venían los medios a grabarnos, a hacer vídeos de calidad muy bonita que se hicieron virales, lo cual no era fácil entonces. Los chicos dejaron de apoyarnos cuando empezamos a ser muy populares, no entendían que tuviésemos más visibilidad que ellos, si ellos eran mejores, nos decían. Porque para ellos la representación se la merecía el que patinaba mejor. Pero nosotras no decíamos “mira, estamos patinando y somos las mejores, sino mira, somos mujeres y estamos patinando”. Esa era la novedad. Hubo mucha resistencia en ese momento. Y fue muy duro que mis amigos se pusieran tan en contra y que hubiera tanto odio.

«¿Cómo íbamos a pensar dos niñas inmigrantes que íbamos a crear un movimiento revolucionario que cambiaría una industria?»

Longboard Girls Crew nace en Madrid. ¿Os marcasteis objetivos?

Nada estaba pensado, fue decir “molaría que hubiera más mujeres patinado”. Fue todo muy natural. ¿Cómo íbamos a pensar dos niñas inmigrantes que íbamos a crear un movimiento revolucionario que cambiaría una industria y terminaríamos teniendo comunidades en 60 países? Simplemente pensamos que estaría bien que hubiera más tías y con los vídeos fue resonando.

«Nos habían enseñado que en cualquier cosa que fuese tradicionalmente masculina solo podía haber una o dos mujeres que destacasen».

Has hablado de lo mal que les sentó a los hombres que tuviéseis más visibilidad. En algunas ocasiones has dicho que esta competitividad no existe entre las mujeres. ¿Sigue siendo así?

La competitividad existe, hay competiciones con categorías femeninas, y está bien. Hay competidoras más feroces y otras más relajadas. Pero aunque queramos ganar, no hay una competitividad voraz. Lo que es distinto es la gran camaradería, sororidad y sentido de comunidad que tenemos. Nos habían enseñado que en cualquier cosa que fuese tradicionalmente masculina solo podía haber una o dos mujeres que destacasen. Nosotras creamos estos espacios para todas y fue un cambio de paradigma, hubo una restructuración mental y profesional, pasamos de la competición a la cooperación. Esa es una de las grandes revoluciones de este movimiento.

¿Qué sientes cuando te subes a la tabla?

Me da mucha satisfacción, ya no patino tanto como antes, pero me divierte, me desconecta, porque tienes que estar muy concentrada en la tabla, en no caerte, es una forma de meditación, se vive con mucha calma, porque solo estás pensando en una cosa. Eso trae una paz muy bonita. Aparte de toda la parte de diversión, de sacarte un truco… Pero durante mucho tiempo, cuando me dedicaba casi profesionalmente haciendo vídeos y publicidad, también me trajo mucho dolor. Cualquier persona que mueve el status quo va a enfrentarse a mucha resistencia. Y yo no era consciente de la horda de odio que se me iba a venir encima. Ahora vuelvo a amarlo.

El skate te permite seguir practicando a todas las edades. ¿Te ves con la tabla cuando tengas 60 años?

Tenemos embajadoras de casi 70 años, la gente sigue patinando. En Tailandia está Jeab de 63 años. A los 60 le diagnosticaron cáncer de mama y decidió cambiar de estilo de vida, a los 61 empezó a hacer downhill (la modalidad más peligrosa del skate; descenso de carreteras curvas) y ahora tiene 63 y está en el equipo nacional de donwhill de Tailandia.

Recuerdas el momento más satisfactorio que te ha dado el skate.

Hay mucho sudor, mucho dolor y muchas lágrimas detrás. Nuestro segundo documental Open nos llevó un año de trabajo y lo estrenamos en el Madrid Skate Film Festival, en Matadero. Cuando vimos el impacto que tenía esa película protagonizada, dirigida y producida por mujeres fue un momento muy bonito. Luego viajé por el mundo estrenando la película y cada vez notaba la impresión que dejaba en la gente, pensaba que mereció la pena. Ahora es casi una constante, cuando veo tantas niñas pequeñas patinando, muchas de ellas profesionales, pienso que he hecho todo lo posible para que esto cambie. Es muy bonito.

¿Y el más duro?

Yo no concibo la idea del fracaso, mis grandes transformaciones han venido de los momentos más dolorosos, así que ¿qué es un mal momento? Recuerdo un momento clave en 2014, yo llevaba muchos años trabajando en esto 14 horas al día y aunque tenía buenos resultados en las comunidades, no lograban encontrar financiación para ello. Me invitaron a dar una charla en el mayor encuentro de la industria del surf. Querían saber cómo atraer el mercado femenino. Y allí estaban sentados los grandes de la industria de los deportes de acción, todos ellos hombres. Y yo les dije que lo estaban haciendo mal, porque el modelo era siempre el estándar de belleza en la sociedad occidental; jóvenes guapas, altas, rubias, delgadas, en bikini y con una tabla en la mano. Es necesario reflejar la realidad de la diversidad corporal, de etnia, de edad… y les conté que nosotras habíamos atraído a este mundo a tantas mujeres haciendo precisamente lo contrario.

Cuando terminó la charla uno de los jefazos se acercó y me dijo “es muy interesante lo que estás haciendo, pero quiero que sepas que nunca te vamos a apoyar”. Después de tantos años trabajando en esto, sentí una gran frustración, ese señor me había dicho a la cara que esto nunca iba a pasar. Pero luego me di cuenta de que fue un regalo, que el hecho de que no fuesen a aceptar nunca me permitía seguir haciendo lo mío y creando algo en lo que las mujeres creyesen. Dejé de buscar apoyos en la industria de los deportes de acción y empecé a buscar apoyo fuera, en otras marcas más grandes. Así que al final, ese mal momento, fue un gran momento.

Siete años después, casi todas las fotos de mujeres con skate siguen siendo de chicas posando, sentadas o con la tabla en la mano. No hay acción. ¿Crees que se ha avanzado?

¡No en nuestras redes, eh! (risas). Las cosas han cambiado mucho, hace once años ni siquiera había fotos. El longboard no es más que la representación de la sociedad. Ya hay imágenes de niñas, mujeres y no binarios haciéndolo muy bien. Vamos ocupando nuestro espacio. Yo no puedo controlar lo que haga la industria que lideran 50 hombres, no quiero pelearme con ellos. Lo que puedo hacer es trabajar en que existan otras referencias.

¿Recuerdas a alguien que te haya prestado un apoyo especial?

Han pasado cosas muy bonitas y con gente muy especial. Cuando estaba desesperada por hacer una web y me parecía imposible hacerla yo, me escribe un chico de Los Angeles y me dice “no sé por qué te estoy escribiendo, he tenido un sueño, soy web developer y te voy a ayudar con la web”. Un milagro. Las dos veces que he dicho “se acabó”, ¡milagro!, cae una campaña de la nada. Y tengo tantos milagritos que contar. Si algo me ha hecho esta comunidad es una mujer de fe. Cuando estás trabajando por un bien mayor, el universo provee, aunque apriete.

Mencionas a tu familia a menudo, una familia muy tradicional, muy machista en la forma de educar. ¿Cómo es vuestra relación ahora?

Hemos tenido una transformación familiar. Hasta hace poco nadie entendía lo que yo hago, porque era un trabajo que no existía, que yo creé para mí. Cuando llamaba desde un hospital en el extranjero diciendo que me había caído y roto algo, mi madre siempre decía “ahora ya sí lo dejas”. Yo he tenido que hacer mucho trabajo interno para entender que también son seres humanos y lo hacen lo mejor que pueden. Ahora tenemos una relación muy bonita.

¿Qué le dirías a una niña que empieza con el longboard?

¡Adelante! Llevo once años animando a niñas que veo en la calle, soy de esas locas extrovertidas que les grita, ¡venga, vamos, toma una pegatina, patina como niña!

«No concibo vivir con los privilegios que tenemos sin ayudar a los que no los tienen».

¿Te consideras indómita?

Sí, claro que sí. Cambiamos las reglas. No sé si inspiro o no, pero intento trabajar por crear un mundo en el que quiero vivir. Lo hago bien o mal, pero no concibo vivir con los privilegios que tenemos sin ayudar a los que no los tienen.

Si quieres contribuir con la ONG: https://longboardwomen.org

Fotos y videos: © Valeria Kechichian / Longboard Girls Crew / Distintos fotógrafos: Juan Rayos, Theo Gosselin, Kopal Goyal, Noelia Otegui, JP Bevins.

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