
“Hay una barbaridad de mujeres jóvenes saliendo adelante con canciones y creaciones. Y eso me da mucha esperanza“
- 09/11/2023 -
Marcela San Martín, programadora de conciertos
Quedamos para que nos cuente su experiencia como pionera en el mundo de la música española, -Marcela San Martín fue la programadora de la mítica Sala El Sol. Y descubrimos que su historia personal es tan interesante como la profesional. Hija de un periodista chileno asesor de Allende, huyó con su familia a Cuba cuando Pinochet se hizo con el poder. Vivieron en La Habana diez meses y desde el corazón del Caribe les mandaron a la Alemania del Este, donde residieron cuatro años, hasta que se instalaron en España definitivamente. A los 26 años su conocimiento de idiomas, informática, publicidad y marketing le abrieron las puertas del mundo de la noche en la Sala Siroco. De aquí paso a otro escenario legendario, la Sala El Sol, donde acabó siendo la programadora. Por sus manos han pasado los más grandes, a veces cuando ni siquiera eran famosos y su cabeza es una enciclopedia de la música en España de las últimas décadas. Hace pocos años se retiró de la vida nocturna, pero su vida profesional sigue vinculada a la música tras fundar MIM, la asociación de Mujeres en la Industria Musical.
¿De pequeña soñabas con una vida vinculada a la música?
No, para nada, a pesar de que mi vida siempre había girado en torno a la música, mis bisabuelos tocaban instrumentos, mi tío era cantante, formé parte de un grupo infantil-juvenil de música folclórica chilena en La Habana y estudié música en la RDA. Pero yo quería ser reportera de guerra, Carmen Sarmiento y Rosa María Calaf eran mis referentes. Y no pude ingresar en la facultad de ciencias de la información, porque justo cuando iba a hacer la selectividad a mi padre, exiliado de la dictadura chilena, le permitieron entrar de nuevo en el país a tiempo para asistir al plebiscito para decidir si Pinochet seguía o no en el poder en 1988 hasta 1997. Era viajar a Chile o la selectividad. Decidí acompañar a mi padre para regresar 15 años después a su tierra. No pude entrar en la universidad y finalicé mis estudios de publicidad y marketing en una privada.
Cuando eres niño la supervivencia es aprender para no llamar la atención
¿Cómo llegasteis hasta la RDA?

Cuando se produce el golpe de estado de Pinochet en septiembre de 1973, mi padre, junto a sus hermanos, tienen que exiliarse en la embajada de México. Una vez pudieron salir del país con destino a México, la familia ya no volvió a saber nada de ellos. En diciembre del 73 logramos viajar mi madre, mi tía y los cinco niños al exilio, haciendo escala en Perú con destino a México, donde nos informaron de que mi padre y mis tíos ya no se encontraban allí, sino en Cuba. En La Habana vivimos diez meses en un hotel habilitado por el gobierno para cobijar a todos los exiliados procedentes de Chile. En octubre del 74 a mi padre le destinaron en Berlín para atender las necesidades de la Dirección del Partido Socialista de Chile como encargado de comunicaciones. Y ahí llegamos en octubre del 74.
Menudo cambio, del Caribe a Berlín del Este.
Era otro idioma, otra cultura, otro clima, otra forma de entender la vida, aprendimos a sobrevivir. De una familia acomodada en Santiago de Chile, a exiliados en Cuba y luego en la RDA. Lo perdimos todo: familia, amigos, cultura, país. Empezamos a hablar alemán en menos de dos meses. Cuando eres niño la supervivencia es aprender rápido para no llamar la atención, pasar desapercibido. Lo importante es que te entiendan y tú entenderlos. En Berlín Oriental, comunista, no había bolígrafos, ni vaqueros, ni chicles, eran símbolos yanquis, capitalistas, el enemigo; en cambio sólo había una marca estatal de arroz, ropa, champú, donde no existía la propiedad privada; donde tú recibes una casa según tus estudios y tu trabajo. Vivimos la confrontación entre la URSS y EE.UU, comunismo y capitalismo, dos sistemas económicos enfrentados y opuestos.
Por el contrario, recibimos toda la solidaridad del mundo, algo que ya habíamos vivido en La Habana; en Berlín nos dieron casa, colegio, trabajo para mis padres, sanidad pública gratuita, educación. A los niños refugiados nos aprobaban sí o sí, así que yo prefería quedarme en casa tocando el piano, por ejemplo, porque eso me evitaba el bullying que sufríamos algunas compañeras de clase, incluso algunas muestras de racismo con frases como “lávate los ojos que los tienes negros”. A pesar de la prohibición a los alemanes orientales de conectarse a las televisiones occidentales, los exiliados chilenos las sintonizábamos, vi todos los musicales que pude, West Side Story, las películas de Elvis, The Beatles, películas de serie B en alemán. La contrapropaganda occidental era brutal para hacer mella en el ánimo de los jóvenes de la RDA.
¿Por qué dejáis la RDA?
En el 78 hubo un cisma entre el Partido Comunista y el Socialista, al que pertenecía mi padre, por lo que nos invitaron a salir del país. En ese momento algunos presos políticos chilenos que estaban siendo liberados recalaban en España, sobre todo en El Escorial. El 22 de diciembre del 78, 14 días después de aprobarse la constitución española, llegamos a Madrid. Mi padre nos estaba esperando con una bandeja llena de chirimoyas, que hoy es una de mis frutas favoritas. Llevábamos 5 años sin probarlas.
¿Fue difícil la adaptación a la vida en España?
Hubo choques, como el hecho de tener que rezar en el colegio público, con sus crucifijos, siendo nosotros ateos y creyendo que era un país aconfesional. Nosotros creíamos que veníamos a un país moderno. Mi padre trabajó de periodista y mi madre empezó vendiendo empanadas chilenas para sacarnos adelante. Más tarde fue monitora de artesanía (macramé, papier maché, estaño) en la Universidad Popular de Leganés. Se ha jubilado como animadora sociocultural de la Universidad Popular de Alcorcón. Ahora vive en Argentina y mi padre, que volvió a Chile, ha regresado ahora a España. Le tiran mucho los nietos.
En algunas multinacionales se han llevado las manos a la cabeza y están trabajando para cambiar.
Volvamos a la música ¿cómo llegas a la Sala el Sol?
En el 95 dejo Siroco por desavenencias y Nacho Moreno, que acababa de coger el Sol en 93, me contrató para trabajar en la comunicación y crear la oficina de El Sol. Aprendí sobre el negocio de la hostelería. Desde compras, prensa, hasta labores de secretaría. Éramos 3 para manejar la oficina. Y poco a poco me fui metiendo en programación al comprobar que podíamos rellenar el calendario de conciertos aquellos días que quedaban libres. Luego entró Juancho López, que fue mi mentor, y me enseñó el oficio. En 2009/2010 aproximadamente me puse a programar yo.

Victor Coyote en el 2000
¿Cuál es tu mejor recuerdo?
La primera vez que programé un aniversario de la sala, un mes entero de programación, que se fiasen de mí fue importantísimo. El peor mes en hostelería es enero, y nosotros arrancábamos el año por todo lo alto, aprovechando que los grupos españoles no estaban de gira por Latinoamérica o estaban grabando un disco, así que invitábamos a las compañías de management, promotoras a tener su día en El Sol: la noche de I Wanna Management, la noche Subterfuge. Podías programar a Amaral, Loquillo, Antonio Vega con relativa facilidad durante este mes. Eran conciertos muy mimados, queríamos que se viviese como una experiencia única, reduciendo el aforo para que el público estuviese cómodo, estar frente a tu artista durante dos horas sin molestias ni empujones.
¿Y alguna ocasión de la que te sientas especialmente orgullosa?
Siempre he dicho que no somos individualidades, somos un equipo y si falla un miembro, falla todo y caemos como fichas del dominó. Nos llamaron un lunes a las 8 de la tarde para ver si al día siguiente tenemos la sala libre. Alanis Morrisette venía a presentar el disco. En menos de 20 horas teníamos el concierto programado, con todas las entradas vendidas y la prensa convocada. Todo el equipo funcionó como un reloj.
Era un momento en que todo el entorno es muy masculino.
Imagínate, yo fui de las pioneras, y se me respetaba, independientemente de mi género. Estuve muchos años, 10 en concreto, yendo a El Sol por las mañanas a la oficina, pero cuando se abrían las puertas del concierto yo estaba ahí también, en mi esquinita. Al final, para el público yo era la cara de El Sol cuando bajaba las escaleras.

¿Y sentiste discriminación en algún momento?
Sí, un día nos reunimos 28 mujeres que llevábamos tiempo rumiando individualmente que nuestra situación no se ajustaba a la realidad en comparación con nuestros compañeros, pero apenas podíamos avanzar si no nos uníamos. En esa reunión teníamos tres minutos para hablar cada una y fue una catarsis. Éramos 28 mujeres de la industria hablando sobre vivencias de abuso, de desigualdad: por ser rubia, por ser joven, por ser mayor, por ser madre, por ser guapa, por ser fea, por ser gorda, por ser lista, por ¡todo! Una directora de marketing ganaba menos que su subordinado, a una mánager de grupo le decían todo el rato “chica, ponme con tu jefe”, a mí me pedían que les llevase cervezas siendo la programadora. Así nació MIM.
Cuando empecé a leer las experiencias de otras chicas, de repente dices, esto me suena, esto lo he vivido.
¿Guardas algún recuerdo feo de estos?
He aprendido a olvidar las cosas malas, es un mecanismo de autodefensa, pero cuando empecé a leer las experiencias de algunas chicas en la web abusosenlamusica, #AbusoEnLaMúsica, de repente me dije, esto me suena, esto lo he vivido. Resulta que lo había enterrado, porque no me quiero regodear en la miseria, quiero seguir avanzando. Pero sí, hay hombres de la industria a los que les he hecho cruz y raya, que no quiero que se acerquen. Mi primer acoso en la industria fue en mayo del 95. Organicé un festival de pop-rock en Alcorcón y uno de los músicos me arrinconó en el camerino. Le dije: “vamos a llevarnos bien, estás aquí trabajando y yo también, me vuelves a tocar y tendrás un problema”. También ha habido maltrato económico, de sueldos, contractuales…

¿Y ahora cómo está la situación?
Durante la pandemia sacamos una encuesta entre las socias de MIM y del 90% de las autónomas de la industria, más del 80% no pudo acogerse a ninguna ayuda del estado, comprobamos que en la industria de la música vivimos en precariedad debido a la intermitencia de los contratos. De ese 80% casi el 70% se ha tenido que buscar la vida en otro sector. Los hombres no son ajenos a esta problemática, también sufren esta precariedad, muchos riders se fueron a trabajar con Amazon, porque eran los únicos que pagaban. La industria perdió un gran capital humano. No teníamos ningún tipo de ayuda, fuimos los primeros en parar y los últimos en volver, la industria quedó completamente desamparada.
¿Se programa más a mujeres ahora?
Fue increíble comprobar que durante la pandemia las mujeres no se quedaron quietas. Hay una barbaridad de mujeres jóvenes saliendo adelante con canciones y creaciones. Eso me da mucha esperanza, como en un momento dramático y difícil ellas han tirado para adelante, han guerreado.
¿Quiénes fueron vuestros referentes?
Flor Madrid, que comenzó siendo tour mánager de Radio Futura, El último de la Fila, Siniestro Total; Paz Tejedor, que fue la mánager de Radio Futura, Rosa Lagarrigue, Sabine Ecomard, productora ejecutiva del disco Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick, que fue tratada como la secretaria durante una de las reuniones en la discográfica.
¿Por qué dejas el Sol?
En el 2017 Nacho Moreno decide vender El Sol y es adquirido por mis antiguos jefes. Habían pasado 22 años desde que dejé de trabajar con ellos. No necesitaba repetir. Yo soy de las 3C, 33% de capital, 33% de corazón y otro 33% de cerebro. Y cuando no están alineadas, repercute en mí y en mi forma de trabajar.

Y ahora estás volcada con MIM
Sí, es importantísimo y necesario demostrar con hechos la situación de la mujer y eso se consigue a base de estudios que pongan las cifras sobre la mesa. Es poner un espejo a las empresas y entidades para que vean su realidad. El estudio de la situación de la mujer en la industria musical que realizamos junto a la Universidad Carlos III ha sido el primero. Había sólo un estudio de las discográficas independientes realizado en 2010 aproximadamente muy significativo, pero que no tuvo repercusión.
Hay que dejar paso a la gente joven, que tiene otra forma de sentir la música.
Cuando llegas con esas cifras a las empresas, cómo reaccionan.
En algunas multinacionales se han llevado las manos a la cabeza y están trabajando para cambiar. Luego, por ley, las empresas que tengan más de 50 empleados están obligados a tener una política de igualdad. Hay mucho pinkwashing, pero sí hay algunas empresas interesadas en cambiar esta dinámica, que te llaman y te preguntan cómo mejorar. Ahí estamos MIM para acompañarlas en este cambio.
Quiénes son las mujeres más poderosas de la industria ahora
Para mí, Inma Grass, que es una mujer que está haciendo un trabajo magnífico uniendo España y Latinoamérica. Carmen Zapata, presidenta de MIM en el momento de realizar esta entrevista, que lleva el asociacionismo en la sangre, es referente, que tiene las herramientas para sacar adelante una asociación como la nuestra. Ella fue la creadora del festival Sala Barcelona en pandemia para salvar a las salas de conciertos. Rosalía, que es muy joven, pero tiene un discurso feminista potente que está calando en las jóvenes, haciendo mucho por las mujeres y por la música.
Dentro de 15 años, cómo imagináis que sea esto?
En nuestros orígenes eran muy ingenuas, nuestro deseo era desaparecer porque significaría que éramos iguales, pero visto lo visto nos quedan muchos años de pelea y va a ser necesario que haya una delegación en cada puerto.
¿Hay más programadoras en salas?
Sí, yo doy clases de programación de conciertos en la Carlos III, la mayoría son chicas y siempre hay tres o cuatro que quieren programar.
¿Y qué se necesita para trabajar en esto?
Escuchar, escuchar y escuchar, no solo música, sino también a la gente, lo que suena en la calle, propuestas que te llegan, conocer a las personas del sector, ser abierta y saber combinar los días, arriesgarse. Es como jugar al Tetris.
Ha cambiado mucho la idea de ir a conciertos?
Mucho. Había todo un ritual. Eran las cañas de antes, llegar al bar y que se fueran sumando amigas a la mesa. Ahora hay colas para entrar, tienes que reservar con antelación allá donde vayas, ocupar las filas delanteras de la sala, por poner unos ejemplos. Ha cambiado mucho el salir, en general.

¿Sigues yendo a conciertos?
No, me duele mucho. El 7 de marzo del 2020 estuve en un teatro viendo a Mastodonte actuar y me tiré dos canciones llorando sin parar porque tenía la sensación de que estaba perdiendo mi pasión, mi motor. Fue una catarsis, yo quiero seguir sintiendo los graves en la tripa, esa emoción. Pero llegó la pandemia, vivimos la precariedad de la industria, fuimos los olvidados, pocos dieron la cara por nosotros, fue un shock. El volver a bajar las escaleras de cualquier sala no lo veo una opción, por ahora. Además, descubrí la vida hogareña, el cenar en casa, ver una serie con mi pareja, mi libro, mi música, mi trocito de tierra, mis plantitas y mi abrazo. Para renunciar a todo esto, tendría que haber un cambio muy radical en mi vida, un proyecto al que no me pudiera negar. Y lo más importante, hay que dejar paso a la gente joven, que tiene otra forma de sentir, vivir la música que es diferente a la mía.
Foto portada: Alfredo Arias