Rocío Antela. Minera de la Cuenca asturiana
La historia de Rocío Antela (Oviedo, 1983) es la de una superviviente. Se quedó huérfana de padre a los 10 años y hasta la mayoría de edad vivió con una madre enferma y ausente que nunca ejerció sus funciones. Así que, cuando en 2008 se quedó sin trabajo como productora de televisión, no tuvo reparos en dar un giro radical a su vida y hacerse minera, un puesto al que pudo optar gracias a “tener prioridad absoluta” en la selección, un triste privilegio que le otorgaba el ser hija de minero muerto en el pozo.
En 2009 bajó por primera vez a un territorio completamente masculino: la mina. En aquel momento solo había 24 mujeres en una plantilla de mil trabajadores. Curiosamente las numerosas veces que se ha sentido discriminada por su género no ha sido entre compañeros, sino por los directivos y por el propio sindicato, “que debería velar por la igualdad de derechos”. Lejos de amedrentarse, decidió promocionar y estudió ingeniería de minas mientras trabajaba en el pozo y en seis años logró cambiar de puesto, un tiempo en el que se enfrentó a un “sistema de favoritismo y desigualdad en el que todo se justificaba diciéndote que no vales”. Todo eso ocurrió mientras trabajaba en el Pozo de Santiago (cuenca de Mieres), entre 2009 y 2018. En la actualidad sigue en el sector como ingeniera técnica en un laboratorio minero, a pesar del cierre paulatino de la industria del carbón. Entre sus logros está la coordinación del primer simulacro europeo en el interior y exterior de un pozo con cinco cuerpos de intervención y rescate en emergencias mineras.
Llegaste a la mina después de pasar por otra profesión.
Había estudiado audiovisuales y era productora de televisión. Pero, a raíz de la crisis de 2008, me quedé sin trabajo y tenía la opción de entrar por prioridad absoluta, porque mi padre murió en la mina. Era un mundo nuevo para mí, pasé de coordinar un equipo de trabajo a coger una pala a 400 metros bajo tierra, pero ahora mismo veo como un privilegio estar dentro de lo que en su día fue el motor de Asturias.
¿Cómo es un día en el pozo?
Llegas, fichas, te pones el uniforme, te colocas el foco, el auto-rescatador (equipo de respiración autónoma), el casco, las botas, etc. En el pozo de Santiago estuve de ayudante minero, a las mujeres nos solían destinar a la cinta transportadora, donde cogía una pala y cargaba el carbón que salía, lo echaba a la cinta y vigilaba que no se atascase. A veces, cuando los jefes no estaban, me iba con los compañeros y les pasaba la madera, para poder hablar un poco, porque en la cinta hay tanto ruido de motores que no oyes nada. Pero como quería ascender, mientras trabajaba en el pozo, estuve estudiando la carrera de ingeniería técnica. La terminé en 2013.
Con la mina tenemos una relación de amor odio, es amor por todo lo que nos da y es odio por todo lo que nos lleva».
Es dura, oscura, peligrosa… ¿Qué tiene de bueno la mina?
Con la mina tenemos una relación de amor odio, es amor por todo lo que nos da y es odio por todo lo que nos lleva. Tiene muchas cosas buenas: el compañerismo, que cada día es diferente… Solo los que trabajamos en la mina sabemos lo que se siente, es una manera de vida. En las cuencas mineras tenemos nuestro carácter, nuestra propia cultura, nuestra lucha… por eso somos tan rebeldes, viene con el ADN minero. Además, la mina ha generado un fuerte sentimiento de comunidad. Yo me quedé huérfana de padre a los 10 años, pero me sentía huérfana de madre también porque por su enfermedad nunca me cuidó. Pero yo he tenido mucho apoyo y cuidado de los vecinos, siento que los padres de mis amigas son mis padres. Aquí el logro de uno es el logro de todos.
¿Y lo peor de la mina?
Lo malo son las vidas que quita, es el miedo, la incertidumbre. Y para las mujeres además en un sector tan masculinizado es sentir que estamos en otra división. La mina es femenino, es mujer y nosotras no tenemos las mismas oportunidades. Hablo de la mina que yo conozco, no sé el resto.
¿Te has sentido discriminada por ser mujer?
El ser mujer es maravilloso, estoy muy orgullosa de serlo, pero en este sector, o al menos en esta empresa, porque no conozco otras, penaliza. No hemos tenido las mismas oportunidades que los compañeros. Por poner un ejemplo, cuando entré éramos solo 24 mujeres en una plantilla de más de 1000 trabajadores. Mi relación con los compañeros y compañeras es magnífica, es una pequeña familia. Pero el problema está en la jefatura. Cuando tú quieres progresar y tener las mismas oportunidades que los compañeros que terminaron la carrera y promocionaron y no pasa, te vas quemando. Ahora estoy contenta como técnico de laboratorio, pero tengo la espinita clavada de no haber promocionado en el pozo. Aún así, el año pasado pude aunar mis dos pasiones, seguridad y coordinación, cuando organicé un simulacro con cinco cuerpos de rescate en mi pozo de origen.
La principal dificultad para llegar a la mina es romper los prejuicios”.
Ante tanta dificultad, ¿nunca te has planteado dejarlo?
Sí, alguna vez. La mina me encanta, yo voy a cualquier país y hay una mina y la visito, y pregunto a los mineros por su forma de vida… pero llevo doce años en la empresa y he flaqueado varias veces. Cuando terminé la carrera, después de hacer prácticas en Argentina, vi lo que había allí y me encantó. Pensé que podría ser igual en mi empresa y lo intenté. Pero cuando vi que mis compañeros promocionaban y yo no, tuve la tentación de dejarlo. La principal dificultad para llegar a la mina es romper los prejuicios.
¿Y qué te hizo desistir de abandonar?
El orgullo puede conmigo y pienso que no tengo por qué abandonar. Tuve ofertas de trabajo, pero las rechacé porque no quiero irme de las cuencas mineras. Yo soy parte de las cuencas mineras.
«Hubo momentos duros, como hacer una carrera trabajando en la mina, salir del pozo e ir a casa a estudiar durante cuatro años. Y que te digan que no vales, es muy doloroso”.
Después de doce años, ¿de qué te sientes más satisfecha?
De todo; de lo bueno y de lo malo. Mi trayectoria me ha dado un bagaje que me ha hecho ser quien soy. Hubo momentos muy duros, como hacer una carrera trabajando en la mina, salir del pozo a ir a casa a estudiar durante cuatro años. Y que te digan que no vales es muy doloroso. Pero eso yo ya no me lo creo.
Tu padre fue minero y murió en la mina. ¿Crees que te habría aconsejado que fueses minera?
No, pero no por la dureza del trabajo, porque al final la dureza del trabajo está compensada por los compañeros, sino por el sistema, por lo duro que es para una mujer hacerse un hueco.
Lo grandioso es que todas pudiéramos trabajar donde quisiéramos, dónde encajamos, pero donde encajamos por nuestras actitudes, por nuestras valías, no por el género”.
¿Qué le dirías a una chica joven que quiera hacerse minera?
Ahora ya nadie sueña con eso, este es un sector que desaparece. Los jóvenes de ahora ya no tienen padres mineros, como mucho lo fueron sus abuelos. En todo caso, a una chica le diría que lo grandioso es que todas pudiéramos trabajar donde quisiéramos, donde encajamos, pero donde encajamos por nuestras actitudes, por nuestras valías, no por el género. Para entrar en la mina de Argentina tuve que pasar cinco entrevistas personales y siete psicotécnicos. Me colocaron donde encajaba, que era donde me gustaba. Allí había mujeres en la mina, una era perforista, otra estaba en los dumpers. Y estaba allí porque habían hecho un estudio que mostraba que las mujeres tienen menos accidentes que los hombres. Todas tenemos hueco en cualquier sector.
¿Te arrepientes de algo?
De no haber luchado más. Luché dentro de mis capacidades. Yo no tomé acciones judiciales, porque yo quería promocionar sin que nadie me dijera que lo hice en un juzgado. Fue más largo el camino, pero al final todo el mundo llega.
¿Te consideras una mujer Indómita?
Sin duda, soy una mujer indómita, porque hago lo que realmente creo que se debe hacer, porque sigo mi instinto de mujer salvaje, porque no le tengo miedo a la adversidad, sino que me crezco en ella.
¿Qué nos queda por cambiar para lograr la igualdad?
La base es la educación y la cultura. Y las mujeres tenemos que tener más presencia en todos los sectores. ¿Cómo van a dirigirnos a nosotras sin contar con nosotras?
Fotos y video: © Ofelia de Pablo y Javier Zurita/Hakawatifilm para Indómitas.