
“Esta sentencia abrió el camino a cualquier mujer para trabajar en lo que quiera”
- 12/12/2022 -
Conchi Rodríguez ganó en el Constitucional el derecho de las mujeres a trabajar en la mina.
A sus 64 años conserva la misma energía que tenía cuando con 27 decidió embarcarse en una lucha contra el sistema y demandó a la empresa en la que trabajaban su padre, su hermano y un buen número de vecinos y amigos de su pueblo, Langreo, pero que impedía que las mujeres bajasen a los pozos mineros, incluso después de aprobar los exámenes de acceso y haberse ganado el derecho a trabajar bajo tierra.
Harta de la discriminación contra las mujeres y con el asesoramiento de mujeres como Matilde Fernández, que luego fue ministra de Asuntos Sociales, Carlota Bustelo, directora por entonces del Instituto de la Mujer, y la abogada Lucía Ruano Rodríguez, Concha Rodríguez se fue enfrentando, tribunal tras tribunal, al gigante económico de la zona, lo que provocó el rechazo de la gente de su pueblo. Los hombres aseguraban que perderían su feminidad en la mina y las mujeres le reprochaban que acabarían quitando el trabajo a sus maridos e hijos. El 12 de diciembre de 1992, el Tribunal Constitucional declaró nula la prohibición a las mujeres de trabajar en el pozo en una sentencia que sentó jurisprudencia para todos los sectores laborales.
«Luchar sola es muy duro, pero siempre hay alguien que te puede echar una mano. Es importante buscar ayuda».
¿En qué momento te decides a reclamar tu derecho a trabajar en la mina?
Cuando mi padre me trae un boletín de la empresa donde dice que se convocan 1.000 plazas de ayudante minero. Entonces, vi la oportunidad de tener un puesto de trabajo estable y pensé “si mi hermano está trabajando ¿por qué yo no?”. Así que me presenté a las plazas y aprobé, pero la empresa decide que no me deja entrar por ser mujer. Y decidí reclamar mi derecho al puesto de trabajo.

El proceso fue largo y agotador, pasaron ocho años hasta que el Tribunal Constitucional te diera la razón. ¿Volverías a hacerlo?
Sí, claro que lo volvería a hacer, vamos, clarísimo, rotundamente sí. Pero es verdad que fueron años muy duros, tenía un niño de cinco años que oía cosas en la escuela, y sabía que en la mina se moría mucha gente, así que un día cuando lo acosté me pidió que en vez de minera me hiciese barrendera.
«En la Cuenca del Caudal, a las primeras mujeres que entraron a trabajar en el exterior de la mina, los vecinos y vecinas las recibieron a pedradas».
Vienes de familia minera y de un entorno minero, ¿cómo se tomaron los hombres tu reclamación?
El apoyo de mi familia fue fundamental, pero tuve muchas dificultades con la gente del entorno, nos decían que las mujeres íbamos a perder la feminidad en la mina. Todos mis vecinos son mineros, de mi edad, gente con la que he jugado de pequeña, pero nunca se atrevieron a preguntarme a la cara por qué quería trabajar en la mina. Se formaban corrillos y cuando yo llegaba se hacía el silencio total, esperaban un rato a que yo desapareciera y volvían otra vez a discutir. Fuimos el tema de conversación en los colegios, en los supermercados, en cualquier esquina. Siempre se estaba criticando a las mujeres, aunque algunos, pocos, estaban de acuerdo. Y fue muy duro también con las mujeres, las teníamos en contra porque temían que les quitásemos el trabajo a los maridos y a los hijos. ¡Pero si solo éramos nueve las que queríamos entrar y había 1.000 plazas! Era tal el rechazo que cuando en 1987 entraron las primeras mujeres a trabajar en el exterior de un pozo de la Cuenca del Caudal, los vecinos y las vecinas las recibieron a pedradas.
La sentencia creó jurisprudencia y cambió muchas cosas en nuestra sociedad. ¿Sabes si esta resolución ha servido a otras mujeres que reclamaban derechos en otros entornos laborales?
Totalmente, sí. Esta sentencia ha sentado jurisprudencia y ya ningún tribunal se puede basar en otra norma tanto nacional como internacional para discriminar a nadie, en ningún tipo de trabajo, por razón de sexo. Es decir que abrió el camino a cualquier mujer para trabajar en lo que quiera y para ser en la vida lo que sueñe. Estaba clarísimo en el artículo 14 de la Constitución española, que fue en la que yo me amparaba.

A pesar de la sentencia del Constitucional, la incorporación a la mina fue difícil y seguisteis sufriendo distintos tipos de discriminación. ¿Cómo os recibieron los compañeros de trabajo?
Con los compañeros, yo nunca me sentí discriminada. La discriminación venía de arriba, por parte de la empresa. Cuando les obligan a contratar mujeres, la empresa impone unas pruebas físicas que no había habido nunca antes, solo para que ellas no accedieran al trabajo. Lo primero que me dieron cuando yo entré fue una escoba y mi trabajo no era de limpiar. En el pozo de Pumarabule en los baños de las mujeres no había agua caliente y en la mina, si no hay agua caliente para los mineros, ese día no se trabaja. Además ellas tenían que limpiar sus propios baños, mientras que los hombres no, porque había una empresa subcontratada para limpiar.
¿Qué les dirías a las mujeres que como tú están sufriendo una injusticia y que dudan si merece la pena el esfuerzo de reclamar?
Que no duden en ningún momento en luchar por los objetivos que se marquen, que no tengan miedo y, que si les cuesta trabajo, porque es duro enfrentarte a la sociedad, que pidan ayuda a organizaciones sindicales, a los partidos, asociaciones, que siempre hay alguien que les puede echar una mano, porque hacerlo sola es muy duro y hay que estar muy preparada mentalmente para luchar contra todas esas adversidades. Lo peor no es la dureza de un trabajo, sino las mentalidades con las que te encuentres. Esas sí que te pueden joder.