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«Que un oso pardo te mire a los ojos un segundo es una buena descarga de adrenalina»

- 14/02/2023 -

Un doctorado sobre el comportamiento de jaguares, pumas y ocelotes llevó a Noa González Borrajo (Orense, 1987) a vivir por temporadas en las selvas de México, Belice y Brasil. Actualmente, esta bióloga apasionada por los grandes mamíferos trabaja en la conservación del oso pardo cantábrico. Además, es líder científica de la British Exploring Society y también forma parte de la Homeward Bound, una entidad australiana que selecciona mujeres del ámbito STEM a nivel internacional y que lucha contra el cambio climático y a favor de la conservación y sostenibilidad del planeta. Su próxima ilusión: viajar a la Antártida a visitar las estaciones científicas.

Eres bióloga, especializada en zoología, ¿cómo llegas a trabajar en el cuidado y conservación del oso?

Desde pequeña me gustaban los animales. He tenido la suerte de que mis padres siempre me han llevado a la naturaleza, al monte. Mi padre grababa los documentales de La 2 y los veíamos por la noche. Los animales siempre han sido mi pasión. Estudié biología, zoología concretamente, y me gustan los grandes mamíferos. Mientras hacía el doctorado viví por temporadas en la selva, estudiando a los jaguares y los pumas americanos. Fue una de las experiencias más brutales que he tenido. Al oso, a la conservación del oso pardo cantábrico, llegué buscándolo y trabajando mucho. He viajado alrededor de Europa y América estudiando las poblaciones de su oso pardo y soy líder científica de la sociedad británica de exploración y miembro de otras entidades.

«He tenido la suerte de que mis padres siempre me han llevado a la naturaleza, al monte».

 

Y a la Fundación Oso de Asturias, ¿cómo llegaste?

A la Fundación llegué por una mezcla de suerte y de estar en el momento y el lugar adecuados. Cuando terminé el doctorado, echaba de menos la parte divulgativa de acercar la ciencia a la sociedad. Entonces hice un curso de educación ambiental, para complementar la parte de investigación y conservación, y busqué entidades que trabajaran en conservación de mamíferos e hice las prácticas en la Fundación Oso de Asturias. Estuve un verano trabajando de educadora ambiental y, a raíz de eso, me he quedado trabajando algunos meses al año haciendo labores de campo con los osos, gestión de proyectos, etc.

¿Qué países has visitado ‘en busca del oso’?

Principalmente, Rumanía y Grecia. Allí participé en un proyecto que desarrollábamos desde la Fundación Oso de Asturias en colaboración con dos centros pioneros en la rehabilitación del oso pardo. Y el año pasado estuve en el Yukon, en Canadá, aunque ahí mi participación fue más personal por mi colaboración con la British Exploring Society.

Ahora mismo estás en Rumanía…

Sí, como hasta abril no vuelvo a la Fundación Oso, estoy en Rumanía donde vive mi pareja y aprovecho para seguir con mis investigaciones. Me vine después de Navidad y fue toda una aventura. Me cogí la furgo y a mis dos perras y nos cruzamos Europa. Fue un viaje de 4.000 kilómetros muy divertido.

«Que un oso te mire a los ojos, aunque sea unos segundos, es una buena descarga de adrenalina».

 

¿Qué sentiste la primera vez que viste un oso?

La primera vez que vi un oso fue con un telescopio y de lejos, que es como se tienen que ver para que sea seguro para el animal y las personas. Era una hembra con dos cachorros y los estuvimos viendo durante un buen rato y luego los seguimos durante varias semanas. Fue un momento muy bonito e iusionante. Luego está la primera vez que me encontré con un oso. Fue en Rumanía. Estaba sentada en el bosque con los prismáticos viendo un claro. De repente, apareció un oso que no nos había visto, iba caminando hacia nosotros, y lo llegamos a tener a menos de cien metros. Cuando nos levantamos e hicimos ruido, se fue corriendo. Que un oso te mire a los ojos directamente, aunque sea durante dos segundos, es una buena descarga de adrenalina. Impresionante, pero no pasé miedo. Para mí verlos es maravilloso, pero, como mostramos en educación ambiental, también es muy bonito saber que están ahí, que ves sus huellas y las señales de que andan por ahí.

¿Alguna vez has tenido un encuentro desagradable con un oso?

He tenido algunos encuentros con osos, pero desagradables, nunca. Ellos son los primeros que nos evitan.

Entonces, no son tan fieros como los pintan…

No, los osos no son tan fieros como los pintan. El oso es un animal salvaje. Y la mayoría de los animales salvajes pueden ser peligrosos de alguna forma para los seres humanos cuando se sienten amenazados. Si nosotros los respetamos, ellos nos van a respetar.

«Hay mucho movimiento de la mujer en la ciencia, pero tenemos que trabajar mucho para destacar».

¿Hay muchas mujeres trabajando en este ámbito?

No, no hay muchas mujeres trabajando en el ámbito de la conservación. Cada vez somos más, pero principalmente es un trabajo masculino y más cuando se
va subiendo peldaños. Hay mucho movimiento de la mujer en la ciencia, pero tenemos que trabajar mucho para hacernos valer, para destacar, tanto en el trabajo de campo como en la investigación.

También estuviste trabajando en la selva, ¿cuánto tiempo estuviste?

Iba a investigar y hacer trabajo de campo por periodos de dos, tres meses durante los años que estuve haciendo el doctorado. Estuve en México dos veces, una vez en Yucatán, en una zona que se llama El Edén, y otra vez en Sinaloa, cerca de la frontera con Estados Unidos. Después estuve en Belice y más tarde en Brasil. Básicamente recogía cacas y registraba arañazos. Después las cacas las analizaba genéticamente en el laboratorio de Sevilla donde cursé el doctorado. A través de ellas, podía saber de qué especie era, de qué género, si era macho o hembra, y las podía individualizar y hacer un análisis espacial de distribución de las especies y de los individuos, que es básicamente en lo que se basaba mi tesis.

¿Cómo fue aquella experiencia?

La experiencia de la selva fue muy buena, muy enriquecedora, y aprendí mucho de las culturas tanto de México como de Brasil y de Belice. Colaboré con gente de allí y aprendí mucho con ellos.

También tuvo una parte dura. Dependiendo del país al que iba, las condiciones de vida eran más o menos fáciles. Normalmente, tenía como mucho una habitación con una cama y una mesilla, agua fría, y, por supuesto, nada de cobertura, ni internet. Después de tres meses llega un momento en el que echas de menos cosas. Creo que al final lo que más eché de menos era un sofá, un espejo, agua caliente y mi familia y mis amigos. Normalmente estaba con poca gente o sola, y aprendí a estar conmigo misma, a superar mis miedos y a tirar para adelante.

«En Yukon íbamos con nuestra tienda de campaña y saco de dormir. Aprendimos a lavarnos en lagos a 5° con lluvia, sin lluvia, a ir al baño con una pala haciendo agujeros».

¿A qué fuiste a Yukon?

Fui con la British Exploring Society, cuyo objetivo es principalmente sacar a la gente joven de su zona de confort y, a través de la aventura y la naturaleza, enseñarles valores y aprender gestión emocional, trabajo en equipo, etc. y que tengan una experiencia inolvidable. Fui como líder científica y me encargaba de la parte de la naturaleza y de la ciencia. En total éramos 60 personas y mi grupo lo componíamos nueve jóvenes exploradores y tres líderes -una médico, un líder de montaña y yo-. Estuvimos tres semanas, cerca de la frontera de Alaska, y recorrimos 120 kilómetros con las mochilas. Íbamos con lo puesto, cada uno llevábamos nuestra mochila con nuestra tienda de campaña, saco de dormir, ropa, comida, varios hornillos… Aprendíamos a lavarnos en lagos a 5°- 10°, con lluvia, sin lluvia, a ir al baño con una pala haciendo agujeros. A convivir. Todo ello sin cobertura, claro. La verdad es que ahí me di cuenta de que, con un libro y unos prismáticos, también era feliz. Aunque al final también se echa de menos la comunicación con los nuestros.

«Estando en un lugar alejado en la naturaleza, me di cuenta de que, con un libro y unos prismáticos, también era feliz».

 

 

 

También eres miembro del equipo Homeward Bound, ¿qué supone para ti estar vinculada a esta entidad australiana?

Para mí ser miembro de Homeward Bound significa formación. Es una entidad que selecciona cada año a un grupo de mujeres a nivel internacional con un fondo STEM científico-tecnológico, que es un rol en el que las mujeres todavía tenemos un papel minoritario, para formar una red de trabajo y colaboración para la lucha contra el cambio climático y trabajar por la conservación y sostenibilidad de nuestro planeta. Somos cien mujeres de todo el mundo, con diferentes procedencias, edades y experiencia, una red interesantísima que me está aportando mucho aprendizaje.

Gracias a formar parte del grupo, durante 2022-2023, tengo acceso a un curso de liderazgo donde se abordan distintos aspectos cada dos semanas. El curso termina con una reunión en la que se tiene previsto un viaje a la Antártida para visitar diferentes estaciones científicas de allí para generar un impacto a nivel social en la lucha contra el cambio climático.

Y, ¿vas a viajar a la Antártida?

¡Ojalá! Me encantaría poder ir, pero el proyecto nos da la facilidad y el curso, pero el viaje a la Antártida nos lo tenemos que financiar nosotras. Está previsto para 2024 y estoy dándole vueltas a la idea de hacer un crowdfunding para conseguir el dinero o intentar que alguna empresa me financie el viaje dentro del marco del cambio climático.

¿Qué le dirías a una niña o a una joven que está ahora mismo planteándose adentrarse en el mundo de la ciencia?

Que luche, que luche por lo que le apetece, que se mueva y que, si quiere, lo conseguirá. No es un camino fácil, pero si le hace ilusión y es su objetivo lo va a conseguir.

Noa González Borrajo entrevistada durante la celebración del I Indómitas Day en Avilés.

Fotos: © Noa González Borrajo.

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