María Rosario Garzón, militar en la Oficina de Información de la Armada Española
Le gusta que le llamen por el nombre completo, el de su abuela. Es una luchadora nata, la reina del reinventarse; ha sido jefa de proyectos en Phillips, comercial, consultora gerente en análisis de procesos, profesora universitaria y con más de 40 años logró cumplir su sueño de niña: entrar en el ejército. Ha compaginado la crianza de sus dos hijos con la vida interna en la academia militar y el tiempo que pasó embarcada en el Juan Sebastián Elcano y el buque Galicia. María Rosario se rige por el lema “haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad”. Hoy es una militar orgullosa y condecorada.
¿Siempre quisiste ser militar?
Era mi sueño desde pequeña. Mi padre es militar. Y yo lo intenté al terminar COU. Terminé el bachillerato con una nota muy buena, 8,53. El examen era por oposición y salían en torno a 300 plazas. En mi año se presentaron 3.400 personas. Me quedé fuera, en el puesto 523… Nunca lo olvidaré.
¿Qué hiciste entonces?
Estudié un doble grado. Hice Dirección y Administración de Empresas en la Universidad de Granada combinado con Finanzas Internacionales en la Universidad de Leeds en Inglaterra. En Leeds estuve estudiando y trabajando. Cuando volví dije que no me volvía a ir a ningún sitio más…
Pero te marchaste de nuevo.
En seguida. Mi padre vio en el periódico que se celebraba una feria de muestras en la que venían empresas internacionales y me dijo “conociéndote, en breve te estoy comprando el billete”. Y así fue… siempre digo que “mi primer trabajo lo conseguí en una feria” (se ríe). Encontré trabajo en los servicios centrales de contabilidad de Philips en Dublín, Irlanda. Y allí estuve trabajando cuatro años.
Y también llegó el amor.
Sí, yo soy muy oportuna. Cuando me estaba yendo a Dublín, conocí a un chico y mi madre me preguntaba si me iba a ir, yo le respondía “a mí que me esperen, o que se acoplen, pero no voy a parar mi vida”. Al año de estar en Dublín se vino a vivir conmigo. Cuando estábamos cerca de los 35 años, volvimos a España. Afortunadamente en Philips me ofrecieron trabajar en remoto el primer año.
Fuiste una pionera del teletrabajo…
Puede decirse que sí, la verdad, porque fue en el año 2004. Tenían unos sistemas avanzadísimos. En Philips desarrollé una carrera profesional muy interesante… Empecé en el equipo español, pero me fueron ascendiendo y acabé de jefa de un equipo multipaís, donde movía 70 millones de euros todos los meses. Los equipos internacionales entrañan mucha complicación a la hora de entenderse. Trabajaba con gente de Camboya, Finlandia, Suecia… pero era muy enriquecedor.
Pero como yo siempre estoy inventando, le dije a mi jefe que quería ser directora de proyectos. Me lo concedió y disfruté, aprendí lo que no está en los escritos. Y, cuando me fui, me siguieron contratando para dirección de proyectos.
“Mi vida siempre está llena de retos“
María rosario garzón sampedro
Después de un año trabajando para Philips en España, ¿qué pasó?
Me di cuenta de que yo era analista de procesos y que eso era muy importante, pero en España apenas se hacía. Entonces monté una consultoría de análisis de procesos. Primero me contrató una empresa de distribución informática, luego salté a una Fundación La Sierga, y de ahí a otra empresa en la que trabajé diseñando procesos de distribución de energía solar, en un momento en el que el mercado de las energías renovables estaba empezando en España. El proyecto me apasionó y me pareció un reto, como mi vida está siempre llena de retos, me quedé un tiempo de gerente. Lo dejé en un momento en el que necesitaba dedicarles más tiempo a mis hijos. Y estuve trabajando de comercial que me ofrecía más flexibilidad.
También has sido profesora universitaria…
Fue algo fortuito. Ayudé a una amiga a presentarse a una plaza y descubrí que era una opción laboral en la que no había pensado. Vi una plaza en la que encajaba, me presenté y quedé la primera. Entré en la Universidad de Jaén como profesora sustituta interina de Historia Económica. Y me encantó. A partir de ahí me inscribí en todas las bolsas de empleo de las universidades de Andalucía. Y seguí estudiando un doctorado europeo y un máster para poder conseguir plaza definitiva en la universidad. Para la tesis doctoral trabajé en un programa de maximización para buscar una política energética que fuera más eficiente y me di cuenta de que nadie había calculado la curva de coste del sector fotovoltaico español, que era fundamental para uno o dos parámetros de mi ecuación. Como no lo encontré, me puse a calcularlo. Mi director de tesis me apoyó en todo y terminé presentando el tema en congresos y publicándolo en algunas de las mejores revistas especializadas. Más tarde me llamaron para la Universidad de Málaga de interina para explicar Estadística.
¿Cuándo viste la posibilidad de entrar en el ejército?
El destino vino en mi rescate, como siempre. Me había separado, estaba cuidando de los niños, con las clases de la universidad y me encontré con algo inesperado. Primero me enteré de que salían plazas de reservistas militares a las que podía presentarme teniendo una carrera. Era noviembre de 2014 y pensé “este es mi momento“. Quedé segunda. Al hilo de eso, me enteré de que habían quitado el límite para las plazas de intendencia del ejército.
¿Y te presentaste?
Pues sí, tenía muy poco tiempo para prepararlas, apenas seis meses, pero pensé que “¡esa tenía que ser la mía!“. Simultaneé la universidad con el cuidado de los niños y la oposición. Con las pruebas físicas no tuve dificultad, porque cuando me separé había empezado a correr y estaba entrenada, mi hijo me tomaba los tiempos. Y al temario de la oposición no le tenía miedo, pero sabía que tenía muy poco tiempo. Cuando acabó el curso en la universidad nos instalamos en casa de mis padres y estuve un mes encerrada. Estudiaba, corría, estudiaba…
La oposición fue larga y tuve que pasar muchas pruebas: test, pruebas físicas, inglés. Y la aprobé. Cuando lo supe, llamé a mi familia y les dije llorando “estoy dentro. Lo he conseguido. Era un trabajo de todos“.
En septiembre de 2016 ingresé en la Escuela de Marín como parte de la formación militar. El primer año estuve interna y el segundo ya podía salir.
Soy la primera mujer que entra tan mayor después de que hayan quitado el límite de edad“.
¿Cómo fue la experiencia en la Escuela Naval?
Soy la primera mujer que entra tan mayor en el ejército después de que hayan quitado el límite de edad y fue un poco difícil para mí. Es un sistema ideado para chicos de 20 años que están empezando su vida académica adulta y yo ya tenía mucha experiencia de trabajo, de estudio, de vida familiar. De mi edad no había nadie.
Dentro de tu periodo de formación, te enrolaste en el Buque Juan Sebastián Elcano, ¿cómo fue esa experiencia?
Sí, personalmente fue duro, porque apenas había cobertura y la conexión con mis hijos se hacía complicada. A nivel formativo, fue muy interesante. Aprendes a navegar a vela, estudias meteorología, cómo hacer una guardia. Salimos de Cádiz, a Santa Cruz de Tenerife, Santiago de Cuba, Nueva York, vuelta a Marín, Dublín, Den Helder y Bruselas. Para las prácticas del segundo año, elegí un barco que hacía salidas cortas, el portaaviones Juan Carlos I. Pero fue el primer año que le dieron la misión internacional y me fui a la India y a Kuwait.
Pasaste dos años en la Escuela Naval, ¿qué vino después?
Salí de la escuela de teniente. Para la siguiente etapa, elegí el buque Galicia, que estaba en el Base Naval de Rota, y allí hice funciones de intendencia.
¿Y te tocó la Operación Balmis, la operación militar que se puso en marcha para luchar contra el coronavirus?
Empezó el 14 de marzo el confinamiento y el 16 ya estábamos en notice to move 24, es decir, en 24 horas a zarpar. Estuvimos desplegados 28 días en Ceuta y Melilla.
Y yo, junto a la intendencia, que era mi función principal, hice voluntariamente de PIO (Public Information Officer) del barco, oficial de comunicación.
¿Qué hacías exactamente?
Hacía la gestión con los medios de comunicación que estaban en Ceuta y Melilla, mostrando como era nuestra actividad allí, grababa videos, hacía fotos y enviaba información a los periodistas. En el equipo fui localizando soldados que me ayudaran a hacer fotos y videos de las desinfecciones que hacíamos, por ejemplo, para poder difundir nuestro trabajo y que se conociera la labor de la Armada. También para captar recursos humanos, materiales y de todo tipo. Mi forma de trabajar le gustó mucho a los medios y a la oficina de la AJEMA, con la que me coordinaba en todo momento.
¿Cómo te incorporaste a la oficina de Madrid?
Mi siguiente destino saldría publicado en mayo en una lista de destinos de tierra, en mayo de 2020, que ofertan a tenientes de segundo año. Ahí fue cuando me llamaron de Madrid y ahora estoy destinada en la Oficina de Comunicación del Cuartel General de Armada.
Te han dado una mención y una medalla. ¡Enhorabuena!
Sí, por la operación Balmis, por la forma en que había gestionado la comunicación. Me llega en un momento bonito, me llena de honra llevarla, por mi servicio a España. Lo considero un reconocimiento a todo el trabajo que me ha traído hasta aquí. Y se la dedico a mis hijos y a mis padres por todo el apoyo que me han dado.
¿Ser mujer está representando un obstáculo en el ejército?
Yo siempre creo que puedo más, pero ser mujer es un obstáculo en cualquier profesión. Porque yo he sido gerente, he sido muchas más cosas y siempre he tenido el mismo tipo de problema, que la logística doméstica siempre es de la madre y a mí se me ha complicado más porque al ser divorciada tengo yo el cargo siempre. En la Armada cuando hay una pareja, se busca que no salgan los dos a navegar a la vez. Si coinciden, se elige a qué barco le hace más falta. Pero a mi ese sistema no me vale.
¿Con qué obstáculos te has encontrado para ser militar?
Primero la oposición. Tenía una vida muy complicada en ese momento y tenía que sacarlo porque para atrás no podía ir. Y dentro de la escuela lo más complicado fue mi edad. No había unas pruebas físicas acordes a la edad. Cuando me presenté a esa oposición, asumía que no iban a hacerlo de forma diferente, porque solo vas si eres capaz de hacerlo.
¿Qué le dirías a una joven que quiere entrar en el ejército?
Tienes que tener esa vocación. Yo nací con ella y el destino me ha dado la gran posibilidad de desarrollarla al final de mi vida profesional, por así decirlo, y estoy contentísima. Ser militar te aporta muchísimas cosas, sientes que tu trabajo tiene un reflejo en la gente. Nosotros no trabajamos para hacer un edificio, trabajamos por y para la gente. Cuando yo pongo un hashtag #alserviciodeEspaña, de verdad que lo siento así.
¿Te consideras indómita?
Yo sí, totalmente. No solo por tener ahora una profesión distinta, sino por todas las que he ido desarrollando, siempre diferentes de las que la gente hacía. No he dejado que nada me hunda y que nada me pare. Por muchas ganas que tuviera de decir hasta aquí he llegado, nunca lo he dicho, siempre he ido con el “seguiré adelante”. Y seguiré cumpliendo sueños.
Fotos: © María Rosario Garzón Sampedro.