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Bewis de la Rosa, la impulsora del rap rural

- 21/06/2023 -

Lleva una cebolla tatuada en su brazo. Se acompaña de un botijo y profesa respeto máximo a las bragas de abuela. En sus vídeos aparece subida a un tractor y en sus directos luce un delantal. Cuchara de palo en mano, pone a bailar al público al ritmo de rap, una música de origen urbano con la que reivindica todo lo que ocurre en la España de pueblo. Pero, además, Bewis de la Rosa (Madrid, 1994) recupera y retuerce el folclore castellano para hablar de transfeminismo, salud mental o decrecimiento. Rompiendo todos estos códigos artísticos, esta bailarina de formación no solo ha puesto a nuestros cuerpos a bailar y a nuestras mentes a pensar, sino que encima ha ganado numerosos premios musicales por su carácter innovador. Ahora se prepara para un verano lleno de bolos por toda la geografía española. Y llegará hasta Hungría. 

Naciste en Madrid, te criaste muy cerca de tus abuelos maternos y has pasado mucho tiempo en su pueblo, Villamayor de Santiago (Cuenca). Tú misma has dicho que tienes alma manchega. ¿Por qué esta reivindicación del mundo rural?

Es una cuestión que me atañe bastante porque desde que decidí dónde quería vivir siempre he estado en entornos rurales, como las montañas de Asturias, por ejemplo. Sigo descubriendo por qué me tira eso y es por una cuestión fundamental, los ritmos creativos que tengo son más vitales que los que tengo en una urbe. Aún así estoy siempre volviendo a la ciudad, todos mis referentes artísticos están vinculados a haber vivido de pequeña en una ciudad. Tengo bastantes inquietudes, quiero estar relajada, ser independiente del sistema y en el rural eso es mucho más sencillo. Quiero tener una huerta. 

¿Y la tienes? 

Ahora no. No es tan fácil tener una huerta mientras estás tanto tiempo de gira, no tengo el espacio que me gustaría para tener una huerta. 

Antes de música, eres bailarina y artista performativa y eso se nota mucho en tus conciertos. ¿Por qué decides dar el salto a la música?

Estudié coreografía de danza contemporánea en el conservatorio de María de Ávila, la danza fue el primer lenguaje artístico que tuve. Luego creé mi primera compañía Malditas Lagartijas, donde firmaba siempre como Beatriz del Monte, y ese es mi espacio de investigación desde la danza, y también desde el teatro porque he hecho obras como Alpiste para cabezas tristes

Cuando me convertí en Bewis de la Rosa pensaba que no podía cantar porque yo me había formado en danza, durante mucho tiempo tuve el conflicto de que los artistas se tienen que ceñir a una disciplina y pensaba que no podía cantar porque no tenía un título de cantante. Pero luego la vida real es otra cosa. Llevo haciendo hip-hop desde que tenía diez años y necesitaba un proyecto donde pudiese crear música y permitirme a mí misma desarrollar las distintas facetas que alberga mi cuerpo y que no me atrevía a hacer. Nos han contado una forma de ver el mundo que no te permite ser tú misma. 

¿Quiénes son tus referentes?

La primera mujer fue la gallega WöYza. Luego me fascinaron Missy Elliot y  Lauryn Hill, de Estados Unidos, las DLC, Left Eye y Tribade, que con su disco Las desheredás me explotaron la cabeza.  Lola Flores también fue mi referente. En la actualidad me inspiran Rodrigo Cuevas, Catuxa Salom, Lorena Álvarez, La Plazuela, gente que recupera un poco la tradición y que la hace suya. Pero no hay que buscar siempre los referentes fuera, en mi casa, mis padres, mis hermanos y abuelos son mis referentes, porque me han enseñado los valores que tengo. Yo digo en una frase de una canción que “que hasta que el queer no esté en casa, no es vigente la teoría”. 

A tu estilo lo llamas Rap Rural. ¿Cómo llegas a esto?

Fue en el estudio, estábamos G. Rams, el productor de la mayor parte de los temas y yo, comenzamos a hacerlo sin darme cuenta, estabna rapeando en el rural. Me salió solo, después de muchas horas de tormentas con las amigas, amigos y amigues que han colaborado con el proyecto.

No te dio miedo romper los moldes del rap, una música tan urbana. 

Es cierto que el rap bebe de entornos urbanos, pero no es solo un lenguaje estético sino también un lenguaje discursivo, de crítica social, de concienciar, de poner sobre la mesa todas las cosas que aceptamos de un sistema impuesto y que hay que revisar. La realidad actual es una realidad en la que es necesario revisar qué es lo crítico y lo underground. A mí no me interesa criticar lo que llevamos criticando desde los 90, yo no quiero vivir en una urbe, no quiero vivir enfadada y violentada por el sistema, no espero que vengan a hacer algo que no me guste. Por eso mi música, a nivel de discurso, es bastante rap. El discurso y los valores del rap están ahí, en la crítica.

Pero no solo te atreves a sacar el rap de su entorno, sino también a mezclarlo con folclore de Castilla La Mancha y también con otras músicas, como la cubana. ¿Qué tipo de público va a verte?

El propio proyecto no se casa con nadie, yo no me caso con una disciplina, a lo mejor mi siguiente disco es radicalmente diferente. Yo también estoy investigando qué tipo de público tengo, es muy variopinto, despendiendo de horarios y programa al que me invitan… Ahora mi experiencia es más de festivales, aún no tengo trayectoria en salas de gente que viene a verme a mí. A las personas mayores les llega un montón y a los más jóvenes también. Es como el Grand Prix, el programa de televisión del abuelo y del niño. 

Y en tus letras tocas temas como el transfeminismo, el decrecimiento, la herida histórica y la salud mental, partiendo desde el amor y el arte. ¿Cómo se conjuga todo esto? 

Las letras son el punto, el grosso del proyecto, es el discurso, todo lo que yo quería decir, lo que estoy diciendo está muy cuidado. Todos esos temas están a la orden del día, generacionalmente nos ha tocado encargarnos de qué pasa con esos saberes de atrás que se han cortado, cómo podemos usarlos para ser más libres, para no depender de que me den el permiso, porque el permiso me lo tengo que dar yo. La herida histórica habla de una herida de valores, de cómo nos consideramos como seres, de respeto por las personas, de querer siempre llevar la razón y que creamos que dividiendo por colores estamos siendo súper revolucionarias. La política no es eso, la política es agruparse, saber cómo generar redes, salir adelante desde un lugar en que no reside en el dinero. Todo el rato hablamos de salud mental, lo cual está muy bien, pero no está bien porque no se corta lo que provoca esa no salud mental. No se trata de poner un montón de psicólogos, sino de analizar qué pasa para generar todo ese desequilibrio emocional. Ahí está ese discurso para quien lo quiera escuchar. Y no es mi discurso, yo creo que el artista es solo un canal, la excusa para hablar de esas de cosas.

Las Tanxugueiras, Rodrigo Cuevas, O-RaBelo ¿por qué el folclore está de moda? 

Vuelvo a la herida, hay una falta de raíz en nuestra generación, una crisis de identidad, de quiénes somos, de dónde venimos y cómo nos podemos relacionar con las otras personas desde lo terrenal, cantar canciones con las personas que quieres en la plaza de tu pueblo. Nuestra generación está en un limbo, no sabe dónde está. A la gente le cansa hablar con una persona mayor, ¿pero qué está pasando? ¿Sabes lo que tienes que aprender de alguien que ha vivido cien años? Hay que hacerlo, pero no interesa que tengamos arraigo, interesa que tengamos desarraigo todo el rato. 

Rompo la rutina monógama del patriarcado, no me caso, no hay papeles para todas las personas que amo… ¿Es un canto al poliamor?
El proyecto habla mucho del amor desde una mirada no monógama, no es una cuestión de vicio, es una cuestión de afectos mucho más complejos, es generar una familia, pero no de un hombre, mujer, o dos madres o dos padres e hijos. Se trata de intentar generar flujos con más gente y no únicamente centrados en el sexo. En el poliamor no está la libertad sexual como referencia principal, sino la libertad de amor y de afecto, hay que romper todo lo que tienes aprendido todo el rato, incluso cuando creas que ya has aprendido. Y a partir de ahí puedes ver otros paradigmas y aprender. 

Por eso tu primer disco se titula ‘Amor más que nunca’. 

No hay transformación mayor que la que hace el amor en tu cuerpo, es transformador. Entendemos mal el amor de base porque nos hace mal, y el amor no hace mal, es el cómo haces el amor, igual que cómo haces tu comida, quién te trae tu comida, como ha sido cultivada. 

La comida y la cocina también aparecen a menudo en tus temas.

Es que me parece un acto de transformación absoluto, la cuchara de madera es un símbolo, porque me parece que cocinar es un acto de transformación al amor. Tú te comes el puchero de tu abuela y a ti eso te levanta. ¿Qué hay más revolucionario que hacer la cucharita en los tiempos que corren? 

¿Es más difícil triunfar en la música para una mujer? 

Me aburre ese debate, esa pregunta. Dejemos de estar pidiendo permiso, ya vale. Claro que existe una programación masculina en los festivales de este país, pero yo tengo mi hueco en esa mesa y tú no me tienes que dar potestad a mí, ni como hombre, ni como institución, para que yo esté donde quiero estar. En esa pregunta hay un paternalismo de la hostia y a mí no me representa. Me voy a los márgenes y me voy a hacer las cosas donde yo las quiero hacer. Pienso que hay mucho trabajo por hacer, pero la manera de hacerlo es no cuestionarlo, al hacer esa pregunta asumes que esa realidad es una realidad, pero yo no quiero esa realidad. Yo estoy. Y punto. 

Fotos: Cortesía de la artista

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